31.5.12

Dormir

Antonia se ha quedado dormida viendo la televisión. A su lado, un plato con contornos de pan, una copa con restos de vino y yo, observándola. "Una de las muchas magias que existen es la de observar como duerme alguien a quien amamos: sin ojos e inconsciente, por un momento te adueñas de su corazón; indefenso, es entonces, por irracional que sea, todo lo que esperamos que fuese". Hace algunos años atrás, mientras caminábamos por el Parque Forestal, le leí esta frase de Capote. Y hoy, por una de esas extrañas coincidencias, ese libro esta en mi mesa de noche y ese párrafo aparece subrayado con tinta verde, como si involuntariamente hubiese subrayado este momento hace tiempo.

Antonia duerme casi inmóvil, pero su respiración es fuerte cuando sueña y a mi me gusta verla soñar. En cuanto su mundo onírico se pone en marcha, las aletas de la nariz se sobresaltan, como si el oxigeno fuera el combustible de sus sueños. Creo que me enamoré de Antonia viéndola dormir, hace casi década y media, en el  primer viaje que hicimos juntos al sur. Éramos varios amigos en una misma casa en vacaciones universitarias. Las horas previas al amanecer ambos habíamos estado conversando, arrellanados en un sofá, fumando cigarros baratos y bebiendo lo poco que iba quedando. Hablábamos de viajar, de conocer ciudades, de vivir más. Esa noche, pocos minutos antes de que la venciera el sueño, pensamos en ir a Machu Picchu y le pusimos fecha al viaje.

Meses después, casi sin darnos cuenta, despertábamos en una carpa, en pleno amanecer cusqueño, dispuestos a recorrer el ultimo tramo del camino del Inca y ver aparecer, inesperadamente, unas ruinas enormes, exuberantes, "como un río de rayos amarillos, como un río de tigres enterrados".

Meto mis dedos por entre su melena y la acaricio, pensando que quizás lo mejor sea intentar algo con Fernanda y tratar de alejarme un rato de Antonia. Pero ¿por qué ha venido a hablarme de ella? ¿Por qué intenta tender puentes hacia otras direcciones? Me hago estas preguntas cuando despierta súbitamente, como si las hubiese escuchado y quisiera contestar. "¿Qué hora es?", sus ojos entumecidos parecen regresar de extrañas profundidades. "Es medianoche" le digo. "Soñé que te llamaba por teléfono y no me contestabas. Era raro porque yo sabia que me necesitabas, que me andabas buscando, pero no contestabas el teléfono" dice, mientras se sienta en los pies de la cama, sin quitarme la mirada de encima: "A veces creo que un buen día me dejaras de hablar" remata.

Y yo sólo la miro, sin decirle nada, sabiendo que su voz es el alimento de mis sueños.